lunes, 4 de octubre de 2010

Merodeando el texto

Aunque un tanto desordenadamente, me pregunto con qué podemos asociar de un modo estable esa "felicidad" propuesta como finalidad de las instituciones. En un mundo que aún vive la ilusión del individualismo y que, por lo tanto, entiende que la libertad es la capacidad de decidir lo que sea que lo conduzca a la también autodefinida felicidad, mientras que como sociedad trata de establecer un límite para que la libertad - o la felicidad, para el caso - de uno no se convierta en reducción de la libertad - o felicidad - del otro. ¿No requiere todo ello algún grado de acuerdo social? ¿Cómo definimos la felicidad del otro? ¿Qué preferiremos, la felicidad golpe a golpe de pequeños actos de consumo, o una felicidad estable, permanente, que incluso se entregue como herencia a las siguientes generaciones?

Las empresas se entienden hoy como estructuras cuyo fin es la propia supervivencia. Nada raro, son una proyección de los anhelos individuales. Y en ese mismo paradigma individualista, la supervivencia es cosa de proveerse de lo necesario para mantenerse y más, para crecer todo lo que se pueda lograr (la canonización social del cáncer).

Voces del pasado y de diversas culturas nos cuentan una historia diferente, sin embargo: más bienaventurado es dar que recibir. ¿Qué si el fin de toda institución humana fuera crear más riqueza que la que consume en un contexto sistémico (vistiendo a todos los santos al mismo tiempo)? ¿No estaríamos así pasando de una cultura de "tomar" a una de "dar"? ¿Y no es el dar una experiencia de profunda felicidad? ¿Qué más felicidad que entregar a nuestros hijos el jardín bien cuidado?

La individuación es la respuesta mecánica al miedo. Hay muchas razones para tener miedo. Pero es también una decisión permanecer allí, cuando vez tras vez hemos sido expuestos a la experiencia de quienes respondieron contra el instinto, configurando comunidades, practicando el amor. El resultado de los primeros siempre ha sido la desertificación, en tanto que los últimos siempre han hecho florecer la vida. Y si vamos a hacer caso de lo que ya sabemos - que "por los frutos los conocerás" - ¿No sería nuestra labor más fecunda si plantáramos estas semillas en los jardines que visitamos?

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